El robo de la alegría
- orientación cpsc
- 29 jul 2020
- 2 Min. de lectura
El malvado Nonón siempre había sido un malo de poca monta y sin grandes
aspiraciones en el mundo de los villanos. Pero resultó ser un malo con
mucha suerte pues un día, mientras caminaba despistado inventando
nuevas fechorías, cayó por una gran grieta entre dos rocas, hasta que
fue a parar al Estanque de la Alegría, el gran depósito de alegría y felicidad
de todo el mundo.
Entonces Nonón, que además de malo era un tristón, pensó en quedarse
para sí toda aquella alegría y, cavando un pozo allí mismo, comenzó a
sacar el maravilloso líquido para guardarlo en su casa y tener un poco de
felicidad disponible siempre que quisiera.
Así que mientras el resto de la gente parecía cada vez más triste, Nonón
se iba convirtiendo en un tipo mucho más alegre que de costumbre.
Se diría que todo le iba bien: se había vuelto más hablador y animado, le
encantaba pararse a charlar con la gente y... ¡hasta resultaba ser un gran
contador de chistes!
Y tan alegre y tan bien como se sentía Nonón, empezó a disgustarle que
todo el mundo estuviera más triste y no disfrutara de las cosas
tanto como él. Así que se acostumbró a salir de casa con una botellita del
mágico líquido para compartirla con quienes se cruzaba y animarles un
rato. La gente se mostraba tan encantada de cruzarse con Nonón, que
pronto la botellita se quedó pequeña y tuvo que ser sustituida por una gran
botella. A la botella, que también resultó escasa, le sucedió un barril, y al
barril un carro de enormes toneles, y al carro largas colas a la puerta
de su casa... hasta que, en poco tiempo, Nonón se había convertido en
el personaje más admirado y querido de la comarca, y su casa un
lugar de encuentro para quienes buscaban pasar un rato en buena
compañía.
Y mientras Nonón disfrutaba con todo aquello, a muchos metros
bajo tierra, los espíritus del estanque comentaban satisfechos cómo
un poco de alegría había bastado para transformar a un triste
malvado en fuente de felicidad y ánimo para todos.
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